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El templo del menudo

Un plato extendido sostenía otro hondo de gran profundidad repleto de maíz, panza, mucho caldo y un aroma indescriptible

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por Juan Ángel Vásquez

11/06/2024 10:11 / Uniradio Informa Sonora / Columnas / Actualizado al 11/06/2024

@chefjuanangel

-¡Ya te dije, es un lugar sagrado!-

-¡Ay no me vengas con esas cosas!-

-Pues mira, tú sabes, si quieres recuperar la fe, tienes que ir-

La calle era larga y oscura, a lo lejos entre un par de arboles tintineaba una lámpara que sobrevivía para iluminar el templo que Luisito me había recomendado con desmedida contundencia.

-¿Será aquí? No se ve mucho movimiento- dijo Erick, quien había decidio acompañarme por mera curiosidad -Sí, aquí me dijeron: José Obregón número 500- confirmé mientras revisaba un papel donde había anotado santo y seña proporcionado por Luisito -¡Ya pues, vamos a entrar! que sea lo que Dios...- aún no terminaba la frase cuando Erick ya había empujado la puerta mientras apretaba sus ojos como si estuviera próximo el desenlace de una escena de terror; entramos juntos, frente a nosotros estaba un hombre grande sentado en una silla de madera que parecía su trono, con la mirada perdida en los alrededores dijo entredientes -¡Pasen- Era un cuarto alargado de paredes amarillas brillantes, volteamos a la derecha y vimos mucha gente ocupando los lugares -¡Pasen pasen!- exclamó de nuevo el encargado, volteamos a la izquierda y había dos lugares libres -Parece que ese hombre es el mero mero- murmuré mientras tomábamos asientos, en ese momento el sujeto levantó su brazo y salió una mujer de una puerta contigua a nosotros, y junto a ella una bocanada de humo con aromas que nos dejaron boquiabiertos -A dónde me trajiste- reclamó Erick, dicho eso comenzaron las alabanzas al amor y al desamor; había dos bocinas dispuestas en lo alto junto al techo, que vibraban con cada acorde y floritura de las intérpretes, justo a un lado de nostros colgaba una repisa angosta clavada en la pared, y sobre ella un gran florero azul con un pajarillo grabado al centro, flores blancas, moradas y guindas formaban un ramillete que rendía respeto a San Judas Tadeo que estaba junto a una Cruz sosteniendo al crucificado, en la pared de enfrente colgaban cuadros de dioses dibujados con trazos multicolores que motivaban al respeto y daban un poco de terror.

-¿Qué van a querer?- irrumpió una señora de voz temblorosa -Mmmm, pero qué hay- replicó Erick, la mujer levantó su mano y con el dedo índice señaló la pared amarilla; justo a un lado de San Judas había un mural con textos rodeados con líneas oscuras: tacos dorados, chimichangas, menudo, pozole, gorditas... -¿Y de tomar qué tiene?- irrumpí.

Nuestra mesa tenía un mantel de cuadritos blancos y verdes, más de la mitad estaba ocupada por una charola cuadrada llena de frascos con café, chiltepines, saleros, frascos vacíos, y un vaso recolector de muestras para análisis químicos -Menos mal que está limpio- dijo Erick cuando lo destapó; el recipiente quizá fue olvidado por un comenzal, porque estaba sellado y nuevo.

-A ver mis amores, vamos haciendo espacio en la mesa- dijo la señora de voz temblorosa mientras bajaba de la charola de servicio un plato extendido que sostenía otro hondo de gran profundidad repleto de maíz, panza, mucho caldo y un aroma indescriptible -A la bestiaaa, se deshace la pancita en la boca- gritó Erick, el sujeto de la entrada levantó la mano y apareció de nueva cuenta la mujer -¿Les pongo más caldito?- preguntó amablemente; al ver nuestra cara de asombro se dio la media vuelta y regresó con una ollita, vertió dos cucharones de caldo sobre el grano y continuamos comiendo al ritmo de Paquita la del Barrio. Después pedimos una chimichanga, cuatro tacos dorados y tres gorditas, todos rellenos de pura carne, carne bien cocida y sazonada, en cada mordida sentíamos el sabor a orégano, ajo, cebolla y laurel. Cuando llegó la cuenta dirijimos nuestra mirada a Jesucristo y agradecimos por llevarnos al Templo del Menudo, un lugar donde recuperé por completo la fe en este plato que generación tras generación va perdiendo el sabor tradicional de las abuelas, pero en Cenaduría La Roca de don Eliseo Hoyos Peralta, mejor conocido como "Emilio" conservan intacto el sabor y técnica de cocción en un escenario perfecto para disfrutarlo, como si estuvieras sentado en el comedor de tu abuelita. Las nuestras siempre estuvieron acompañándonos de principio a fin, eso nos hizo sentir Emilio en su templo, el templo del menudo.

Chef Juan Angel Vásquez - Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales y embajador de marcas de alimentos. 

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