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La parada sabrosa

Los camiones rurales tienen asignados lugares de descanso para que los pasajeros coman su lonche o compren algún tentempié.

Los camiones rurales de pasajeros tienen asignados lugares de descanso para que
Los camiones rurales de pasajeros tienen asignados lugares de descanso para que Pixabay

por Juan Ángel Vásquez

12/03/2024 10:07 / Uniradio Informa Sonora / Columnas / Actualizado al 12/03/2024

@chefjuanangel                                                                

-¡A ver quítate chamaco, me ando orinando-

-¡Espérate Concha, aún no se para el camión!-

-¡No me retobes que soy una persona mayor y hazte a un lado!-

Además de los 42 asientos ocupados, el camión de Eduardo traía el pasillo lleno de pasajeros de pie agarrados del pasamanos. Era un autobús ochentero de lámina color rojo con franjas blancas horizonales de extremo a extremo, arriba del parabrisas, en una especie de marco, había un letrero protegido con un vidrio que decía: San Pedro de la Cueva -Hermosillo.

-¡Llegamos a Nácori Grande, 15 minutos para que vayan al baño!- gritó Eduardo, el chofer, mientras se estacionaba a un costado de la iglesia, justo frente a una casa que tenía dos puertas, la más ancha daba directo al lugar favorito de todos, la más angosta conectaba con un pasillo que iba directo al patio donde se encontraba el baño dentro de un cuartito de adobe con piso de cemento y al centro, un escusado recién lavado con harto cloro para esperar a los pasajeros.

-¡A ver, háganse a un lado, yo me bajé primero del camión!- insistía la Concha que a empujones y muchos madrazos iba abriéndose camino con un rollo de papel sanitario en la mano, el cual había sacado de la maleta -Ayyy, ¡qué alivio! casi se me reventaba la vejiga, exclamó mientras tomaba posesión del trono. Afuera ya había una fila que cruzaba patio, corredor y llegaba hasta la banqueta de la casa. Los hombres y mujeres, a punto de reventar, habían corrido cuatro cuadras cuesta abajo rumbo al monte para despresurizar lo necesario.

Junto a la fila del baño había otra que atravesaba la puerta ancha, la principal -Pásele Panchita, ¿qué va a llevar?, hace mucho que no la veía- dijo la Veva, encargada del changarro; y junto a ella, Bellita, la hija mayor que ayudaba atendiendo rápidamente a los pasajeros para desocuparlos en 15 minutos. Dentro del changarro había un mostrador largo de madera, detrás, un mueble de madera café que parecía librero antiguo con varios entrepaños en los que acomodaban bolsas de papitas, jugos enlatados y un que otro chuchuluco. En el menú prinicipal se encontraban: empanadas de calabaza (grandes, doraditas, esponjosas); queso fresco para llevar a las visitas de Hermosillo (por si no habían encontrado en la Capital del Mundo, su lugar de origen); y, por último, unas tortas de bolonia Rosarito en pan virginia untado con mayonesa junto a una hoja de lechuga, medio jalapeño y una transparente rebanada de jitomate.

En el camión de Eduardo había tres clases sociales:

  1. Quienes orinábamos en el monte y regresábamos al camión para comer los burritos paseados.
  2. Los que entraban al baño de manera elegante y después justificaban su uso con la compra de unas papitas chicas.
  3. La clase pudiente que compraba torta, papitas y una lata de néctar de manzana; quienes parecían no tener vejiga porque jamás entraban al baño; y, además, subían al camión mostrando sus adquisiciones a quienes estábamos con nuestro humilde lonche; y por cuestiones del destino, siempre me tocaba uno por compañero.
  4. Y el chofer; sí, Eduardo tenía asignado un banco al final del mostrador de madera donde le servían una torta con pan tostado y doble relleno sobre un plato de loza, además, era el único que bebía refresco de botella y terminaba su merienda con un paquete de Piruetas rellenas de limón.

Pasados los quince minutos, Eduardo se paraba en la puerta del camión y les cobraba a los nuevos pasajeros de Nácori, que abordaban la unidad rumbo a Hermosillo.

En México y muchas partes del mundo, los camiones rurales de pasajeros tienen asignados lugares de descanso para que la gente coma su lonche, compre algún tentempié, adquiera souvenirs o productos típicos. Los mismos aeropuertos o estaciones de tren cuentan con dichos servicios; sin embargo, el folclor de una ruta rural nunca será igualado.

Chef Juan Ángel Vásquez - Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales y embajador de marcas de alimentos. 

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