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Un pacto bajo la lluvia

La amistad y la sororidad también pueden ser una forma de amor épico, silencioso y valiente. Lee la nueva columna de Primavera Fraijo.

Lluvia nocturna
Lluvia nocturna Archivo

por Primavera Fraijo

08/10/2025 18:47 / Uniradio Informa Sonora / Columnas / Actualizado al 08/10/2025

Por Primavera Fraijo

Nos conocimos a los catorce años. Desde entonces, hemos sido como dos líneas que corren paralelas: distintas, pero siempre juntas. 

Pese a nuestra cercanía, somos muy diferentes en casi todo, especialmente en gustos amorosos. Y eso siempre ha sido motivo de agradecimiento, una especie de equilibrio tácito entre nosotras.

Pero hubo una excepción. LA excepción.

Teníamos dieciocho años cuando, de manera casi absurda, ambas pusimos los ojos sobre la misma persona. No era el más guapo, ni el más popular. Era algo más difícil de explicar... un chico encantador. 

Brillante, simpático, con ese tipo de inteligencia que no se ostenta. De los que te cargan en la espalda para cruzar un río cuando la tormenta convierte la calle en un espejo. Y sí, eso literalmente ocurrió.

Ninguna se atrevía a admitirlo. Quizá porque sabíamos que, si lo decíamos en voz alta, el hechizo se rompería. 

Pero una noche, en los corredores de la Universidad de Sonora, la lluvia volvió a hacer de las suyas. Ella me miró y, con esa franqueza tan suya, me confesó que sentía algo por él.

Me quedé quieta. Bajo el aguacero. Sin saber si reír o correr.

"Me gusta a mí también", solté al fin, con la torpeza de quien dice una verdad que no quería pronunciar.

Y ahí estábamos, empapadas y quietas, muy quietas. La escena parecía sacada de una película o de un libro de adolescencia que se niega a terminar. 

Esa misma noche, hubo pijamada obligatoria, carcajadas, canciones de Elvis Crespo y un pacto: ningún amor se interpondría entre nosotras jamás.

Han pasado los años. Él se casó (con otra, claro) y, de vez en cuando, sigue apareciendo como anécdota de café. Nosotras seguimos solteras, pero fieles al pacto, a la promesa, a lo que realmente importa.

Pienso en esa historia cada vez que releo "Mujercitas", de Louisa May Alcott. Mamá tenía un pequeño cuadro con una frase de esta novela colgado en su recámara, así que creo que es el primer libro del que tuve conocimiento indirectamente.

Más allá del vestido antiguo y las costumbres victorianas, el libro es un retrato luminoso de la complicidad femenina, esa que no necesita permiso ni validación. 

En especial, los personajes de Jo y Amy March, tan distintas entre sí, también se enamoran del mismo hombre. Pero lo interesante no es el triángulo, sino cómo Alcott nos enseña que el amor no siempre debe ganarse, a veces basta con elegir la lealtad, la ternura, la hermandad.

Aunque claro, el desenlace de ese triángulo amoroso y la interpretación que se le ha dado a lo largo de los años siempre ha sido motivo de polémica y debates. Yo les escribo desde mi propia perspectiva.

Por eso recomiendo leerlo (o releerlo) desde ahí: no como una novela romántica, sino como un manifiesto sobre el poder de los afectos que permanecen. 

Porque entre las páginas de "Mujercitas" habita algo que a veces olvidamos. Que la amistad y la sororidad también pueden ser una forma de amor épico, silencioso y valiente.

Nosotras lo aprendimos a los dieciocho, bajo la lluvia y con Elvis de testigo.

Y desde entonces, cada vez que pienso en ese pacto, vuelvo a creer que Louisa May Alcott tenía razón. Hay lazos que, por más que crezca el mundo, nunca se deshacen.

 

 

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