Cicatrices en papel
Por Primavera Fraijo
No sé si lo habrán notado, pero... la mayoría de los libros terminan siendo espejos torcidos donde nos descubrimos en otras épocas de nuestra vida.
Lo sé porque, cada tanto, regreso a mi pequeña biblioteca personal y me topo con las huellas que he dejado: frases subrayadas con furia adolescente, signos de admiración que hoy me parecen ingenuos, esquinas dobladas en capítulos que, simplemente, ya no me estremecen.
Cada mancha de café, cada línea arqueada, cada doblez, guarda un fragmento de mí que ya no existe. Sin embargo, ahí sigue. Como si los libros fueran la caja negra de nuestra memoria.
Subrayar es una forma de confesión. Uno no lo piensa cuando destaca una página, pero en realidad está firmando un testimonio: "aquí me dolió", "aquí me iluminé", "aquí no entendí nada, pero quise recordarlo".
Escribir en los márgenes es hablarnos a nosotros mismos en clave secreta. Y por eso, cuando volvemos, no leemos al autor, nos leemos a nosotros.
Hay un libro que me recordó esto con toda su fuerza, "El infinito en un junco", de Irene Vallejo.
La escritora cuenta la historia del libro como objeto, desde los rollos de papiro hasta nuestras bibliotecas digitales, pero en el fondo nos habla de algo mucho más íntimo: cómo los seres humanos, desde siempre, hemos dejado en el papel las huellas de nuestra fragilidad, nuestra belleza y nuestra obstinación por sobrevivir al olvido.
Vallejo escribe con ternura y lucidez, y nos recuerda que los libros no solo preservan historias, también nos resguardan a nosotros.
Quizá por eso me aferro tanto a mis ejemplares gastados. Porque cuando releo mis subrayados, me reconozco y me contradigo, me avergüenzo y me reconcilio. Me localizo.
Los libros no son archivos perfectos, son territorios llenos de cicatrices. Y esas cicatrices (como las nuestras) son lo que les da sentido.
Al final, pienso que tal vez nuestra mayor victoria no sea haber leído miles de páginas, sino haber dejado, entre ellas, las huellas de nuestra propia vida.
Porque cuando el tiempo nos borre, puede ser que alguien abra un libro viejo, encuentre un subrayado nuestro y entienda: aquí estuvo alguien que sintió intensamente, que pensó, que amó, que lloró... alguien que no quiso ser olvido.
Y ese, creo, será nuestro triunfo contra la muerte.
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