La libretita de Goyo
Por @chefjuanangel
-Que no se me olvide nada... a ver... ya eché el lápiz, el cuaderno, los colores que me prestó la Chabela...
Gregorio, mejor conocido como "Goyo Pecas", empacaba lo necesario para irse a la primaria, en una bolsa de plástico de dos asas color pistache; a falta de mochilas, las bolsas que daban en la tienda de Manuelito eran la solución.
En la compra de más de 15 pesos, te empacaban todo en una bolsa duradera, de lo contrario, te envolvían los productos en un cucurucho de papel.
-Goyo, ya están dando la tercera campanada, ¡apúrate vas a llegar tarde!- gritó su mamá, mientras se asomaba por la ventana de la cocina.
Cruzando la calle tenía justo frente a ella el campanario de la primaria, detrás de un cerco de alambre en forma de rombos.
-¡Ay, la libretita, la libretita!- exclamó Goyo.
Se regresó de la puerta, corrió hasta su catre, metió la mano debajo y sacó una pequeña libreta de notas con pasta color verde y resorte dorado.
Meses atrás, su abuela Eufemia se la había regalado.
-Es para que escribas cosas que quieras recordar para siempre- le dijo a los ojos mientras se la ponía en sus pequeñas manitas.
-Maestro, maestro, ¿puedo salir al baño?
-Qué pasó, Goyito, si acabamos de entrar del recreo.
-Es que, es que... estaba ocupado el excusado.
Las frases anteriores eran dichas diariamente, de memoria, justo a las 11:10 de la mañana.
Todos los alumnos guardaban silencio, escuchaban la actuación de Goyo y el profesor, veían a Gregorio salir corriendo y pararse detrás del cerco junto al campanario, luego sacaba la libretita de la bolsa trasera de su pantaloncito guinda y con un lápiz que portaba en su oreja, el pequeño de 8 años comenzaba a escribir velozmente mientras asomaba la nariz por el cerco en forma de rombos: "cebolla, carne, ajo, frijoles, chile verde", se podía leer en la antepenúltima hojita cuadriculada.
La libreta ya estaba llena de anotaciones diarias, todas eras suposiciones, teorías y conjeturas del pequeño que trataba de adivinar lo que comería al salir de clases, mediante un preciso olfateo que le permitía distinguir los posibles ingredientes.
Clan clan clan...
No había sonado la última campanada de salida y él ya había cruzado la calle para entrar corriendo a su casa.
-Mamá, mamá, ¿hiciste hígado encebollado?- gritó Goyito emocionado.
-Así es, mijito, eso vamos a comer- respondió su madre sonriendo.
Conservar en nuestra memoria esos aromas y sabores son piezas invaluables de nuestros recuerdos, tan vivos que podemos regresar a ese momento, olfatear y degustar en nuestra imaginación la comida con que mamá nos esperaba al salir de clases.
Chef Juan Ángel Vásquez - Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales y embajador de marcas de alimentos.