
por Primavera Fraijo
06/08/2025 17:45 / Uniradio Informa Sonora / Columnas / Actualizado al 06/08/2025
Hay libros que no se leen. Se atraviesan. Como una tormenta. Como un duelo. Como esas noches en las que parece que el cuerpo sigue vivo, pero el alma ya se fue.
"Recuérdame bailando", de Mara Torres, es uno de ellos. Porque hay páginas que no son de papel, sino de cicatriz. Y leer a alguien que escribe desde ahí, duele. Pero también abraza.
Mara no inventa una historia. La recuerda. La revive. La sostiene con la voz quebrada y la mirada empañada.
Nos habla de su hermana, de su suicidio, del antes y del después. Del silencio que dejó. Del ruido que dejó. De todo lo que la muerte interrumpe cuando llega sin permiso.
El libro entrelaza su testimonio con fragmentos del diario de su hermana. Y lo que surge de esa mezcla no es literatura, es humanidad. Una humanidad desnuda, sin maquillaje ni metáforas. Una hermana preguntándose por qué. Un libro cuestionando: ¿cómo se sigue después?
Hay frases que se quedan tatuadas. Pero hay una que surge tras la lectura: Callar no salva a nadie. Cerré el libro. Respiré. Y lloré un poco.
Porque sí. Callar mata. Mata despacito, como un veneno lento. Mata a quienes sufren en silencio. Y a veces también a quienes están al lado, sin saber cómo nombrar lo que pasa.
Yo lo sé.
Lo sé porque lo vivo.
Soy paciente psiquiátrico. No es algo que se diga a menudo. No por vergüenza, sino por precaución. Porque no todo el mundo sabe qué hacer con esa información. Algunos se alejan. Otros intentan arreglarte. Y los más peligrosos... te minimizan.
Desde adolescente he acariciado la palabra suicidio con una familiaridad que me asusta. La he visto en ojos amados, la he sentido cerca, la he pensado.
Sé lo que es vivir con la mente en contra. Sé lo que es temerle más a un pensamiento que a un ladrón. Sé lo que es tener que demostrar todos los días que, a pesar del diagnóstico, soy capaz.
Y no debería tener que demostrarlo.
En este camino roto y luminoso, me he topado con otros como yo. Seres intensos, valientes, tristes y sabios. Algunos con heridas recientes. Otros con cicatrices que ya no sangran, pero duelen cuando cambia el clima del alma.
Se han vuelto mis compañeros. Mis pares. Mis espejos. Y cuando alguno se va al fondo, cuando se ausenta o se apaga un poco, mi corazón se encoge con un pensamiento egoísta: resiste un poco más. Pero nunca se lo pido. Nunca lo exijo. Porque a mí también me lo han pedido y es lo peor que se puede decir cuando no puedes más... "Échale ganas".
No se imaginan lo cruel que suena.
Este libro, como la vida misma, no se recomienda a la ligera. Es un texto necesario. Un faro para quienes navegan a oscuras. Una puerta para quienes no saben cómo hablar del tema. Un abrazo para quienes ya no están. Y una caricia para quienes todavía, como yo, siguen aquí, sin saber muy bien cómo, pero aquí.
"Recuérdame bailando" no es solo un homenaje a una hermana. Es un acto de amor radical. Un recordatorio de que merecemos ser nombrados, escuchados, comprendidos. De que el dolor mental también mata. Y de que a veces, la única forma de salvarnos... es hablar.
Y si no puedes resistir hoy, está bien.
Si solo puedes respirar. Si solo puedes mirar el techo. Si solo puedes existir en pausa. Está bien.
No estás solo.
Te creo.
Te veo.
Te abrazo.
Y te recuerdo bailando.
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