Amistades con fecha de caducidad
Por Primavera Fraijo
Hay amistades que uno jura eternas. Como si esas personas fueran habitaciones donde siempre habrá una luz encendida. Hasta que un día entras y todo está vacío.
Me pasó hace poco, aunque quizá "hace poco" sea una manera elegante de decir que sigo aprendiendo a soltar lo que ya no existe.
Pensé mucho en eso mientras releía "Gente normal", de Sally Rooney. Uno de mis libros contemporáneos favoritos.
Esa novela que parece sencilla, pero que en realidad es un espejo incómodo. Dos personas que se aman, se necesitan, se hieren... y al final entienden que no siempre basta con haber sido fundamentales en la vida del otro.
Hay vínculos intensos que solo funcionan en ciertos momentos. Como si tuvieran una ventana secreta, una rendija mínima por donde entra la posibilidad. Luego se cierra. Y ya está.
A mí me gusta pensar que las amistades también tienen estaciones. Primavera, verano, otoño. Algunas ni siquiera llegan al invierno.
Con determinadas personas, uno fue brillante: reía más fuerte, hablaba más rápido, confiaba sin miedo. Y de pronto, sin escándalo ni traición, el aire cambia. La conversación se vuelve más corta, los mensajes más espaciados, la risa menos natural. La piel reconoce antes que la mente que algo se rompió. Y nada vuelve a encajar.
En el libro, Connell y Marianne se buscan incluso cuando no deberían, como si se resistieran a aceptar que lo de ellos tiene fecha de caducidad.
Yo siempre he sido así, sosteniendo lazos que ya estaban en coma, aferrándome a recuerdos que olían a humedad. Creyendo que la intensidad de un vínculo es razón suficiente para salvarlo. Pero no lo es. La vida no funciona con puntos suspensivos, por más que a mí me guste escribirlos.
Quizá lo más triste, y lo más honesto, es admitir que hay personas que fueron imprescindibles... pero únicamente para cierta versión de uno mismo. Y cuando esa versión muere, el vínculo también.
Rooney lo dice sin decirlo, hay relaciones que nos acompañan mientras aprendemos a reconocernos, y luego se van cuando ya no caben en la piel que estrenamos. Y está bien. Duele, pero está bien.
Yo ya no busco eternidades. Busco presencia. Honestidad. Un lugar donde no tenga que explicar por qué prefiero la oscuridad o por qué me da miedo el día. Y si alguien no resiste ese camino, prefiero soltarlo a tiempo. Dejarlo ir como lo que fue: una estación luminosa.
Después de todo, incluso las amistades más intensas pueden ser eso, un verano feroz que, tarde o temprano, termina por enfriarse. Y uno aprende a abrigarse solo.
A mí me encuentras en redes sociales como: @PrimaveraFraijo