Columnas

Las zanahorias de Finita

Todo el sazón del Chef Juan Ángel, en su nueva columna.
Zanahorias. Archivo
08-09-2025

Por @chefjuanangel

¡Así es, Finita!

¿A poco sí, comadre?

-Y dice la gringada que ahí hacen el mejor de los "yunaires".

-¿Será que algún día se me hará probarlo?

-Con todo el favor de Dios.

Con un sombrero de ala ancha, fabricado de palma, atado con un paliacate a sus cuellos, Finita y "La Meche" trabajaban de sol a sol en un campo de zanahorias de California. Eran las encargadas de extraerlas de los zurcos, retirarles el exceso de tierra y aventarlos mediante un lanzamiento acrobático hacia un gran costal blanco que cargaba en sus espaldas.

-Sabes qué, Meche, te propongo algo.

-A ver, dime, Finita.

-Qué te parece si ahorramos para ir un día a ese restaurante que dices.

-Pero vamos a tardar meses, Finita.

Después de casi 8 semanas, Meche y Finita lograron ahorrar 100 dólares con puras monedas de 25 y 10 centavos que iban juntando de la feria que les sobraba. 

Pusieron cada peso dentro de una bolsita hecha por Finita con retazos de mezclilla; la ataron con un listón rojo y la colocaron dentro de un bolso confeccionado con el mismo material, que Mercedes cargaba en sus hombros mientras caminaban con vestidos coloridos, tacones bajitos y el cabello recogido con peinetas negras. 

-Mira, comadre, ahí está "Carrot Best"-, leyó Mercedes con un acento más mexicano que la calabaza; ambas se acomodaron las faldillas para que no sobresalieran debajo de la falda y caminaron seguras hacia la puerta. 

-Ya ves, Meche, es muy fácil entenderse con las gringas.

Después de una serie de cuadros artísticos de señas varias, brincos y visajes forzados, Finita había logrado que les asignaran una mesa. 

Cuando la mesera se acercó, y antes de que tomara aire para darles la bienvenida, Finita levantó el menú abruptamente y señalando con su dedo índice derecho le indicó a la mesera que querían dos, mediante una serie de señas que parecían hechizos del más allá. 

-Mercedes, mira, qué espectáculo, querida amiga, gracias por animarme a venir.

Frente a los rostros emocionados de ambas descendieron dos platos con 7 delgadas capas de pastel de zanahoria rellenas de crema batida más una lluvia de nueces caramelizadas de la mano del mesero al momento de servirlos. 

-Mercedes, ay, querida Mercedes-, Finita clamaba de alegría envuelta en lágrimas. 

-Deseaba tanto probar un pastel de zanahorias-, remató. 

El anhelo de Finita era más que justo, llevaba 10 años cosechando zanahorias. 

Al pagar la cuenta, vio a un estante junto a la caja registradora, y en la parte central, un libro con la receta del pastel, su costo era el mismo a lo ahorrado, mientras Mercedes contaba las monedas junto a la cajera, Finita hojeó el libro, fue tanta su fijación por la página donde estaba la receta, que cuando llegó a su casa comenzó e mezclar lo que su memoria y nivel de inglés le permitían, al mismo tiempo hacia anotaciones de cantidades e ingredientes. 

Después de 3 horas, rebanó en capas y rellenó de crema pastelera. 

-¡Finita! ¡Madre de Dios! ¡Qué hiciste mujer!- aquel pastel era 10 veces más sabroso al que habían comido. 

Cuando Finita escaló de puesto, su primera compra fue aquel libro, al comparar las recetas eran casi idénticas, salvo las zanahorias, que eran cosechadas y elegidas por su propia mano.

 

Compartir las recetas con los demás no va invalidar nuestro talento, de la misma forma, no significa que el otro la vaya a poder replicar por completo. En el mundo hay tanta variedad de sazones como personas vivas.

 

Chef Juan Ángel Vásquez - Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales y embajador de marcas de alimentos.