
30/06/2025 20:03 / Uniradio Informa Sonora / Columnas / Actualizado al 30/06/2025
Por @chefjuanangel
-Sshh... shhh... Chayito, escucha, se están cayendo las casas.
-¡Ay, virgencita linda, Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea...
A través de las gruesas paredes de adobe, se colaba el crujir de las casas vecinas derrumbándose poco a poco. Primero una pared, después parte del techo, y así, hasta terminar hechas lodo dentro de las nuevas aguas que habían llegado a su pueblo.
Era la noche más oscura de 1964, la última noche de Chayito, la última noche de toda su familia en esa casa que también estaba a punto de ser humedecida por el agua que, noche a noche, subía de nivel.
-Duérmanse, muchachas, y revisen bien sus petacas, no se les olviden las chambritas y tampoco las talqueras-, con voz temblorosa, a punto del llanto, su mamá se despidió de ellas antes de ir a la cama.
Chayito tenía apenas 7 años, pero hacía más de tres generaciones que su familia vivía ahí, todos dedicados a cuidar la siembra y unas decenas de cabezas de ganado.
-¡Ya, esa es la última, Martín, ¡muchas gracias!
El papá de Chayito tuvo que vender el ganado a su compadre Martín, porque tal como estaba previsto, el agua de la nueva presa "Plutarco Elías Calles" humedeció rápidamente las paredes de adobe y también derrumbó su casa.
Sin embargo, antes de mudarse por completo a la capital, continuaron viviendo por unos días en Suaqui de Batuc, pero en las faldas de un cerro.
Debajo de una gran ceiba, el papá de Chayito había dispuesto una serie de láminas inteligentemente sujetadas al tronco del árbol con barrotes que formaban un tejabán, dentro del cual, vivieron durante un par de meses, hasta que pudieron vender y entregar todo el ganado.
-Chayito, ve con tu papá para que le ayudes- dichas por su madre, eran palabras favoritas de Chayito, quien corría veloz y se montaba junto a su padre en una especie de balsa hecha con tablas sobrepuestas unidas con alambre.
-¡Sí, vamos, papá, dale!- gritaba Chayito, mientras su padre remaba al centro de la enorme laguna que ahora cubría su pueblo.
-Chayito, tú nomás pásame los trastes.
El papá remaba una vez al día al centro de la laguna a recoger agua para beber. Existía la creencia de que no debían tomar agua que estuviera exactamente sobre su pueblo, así que debían ir hasta el centro de la presa para tomarla.
Una vez recolectada, Chayito la colaba tres veces junto a su madre usando tres diferentes trapos y luego la hervía durante varios minutos para poder beberla. El agua que había sido amiga en sus procesos de cultivo, se convirtió en enemiga cuando inundó su pueblo, y ahora les estaba ayudando a sobrevivir mientras emprendían su salida a la capital.
En el mundo, el 26% de la población no dispone de agua potable y el 46% carece de acceso a ella de forma segura y limpia; según la UNESCO, tener frente a nosotros un vaso con agua debemos verlo como una bendición, y más, poderla usar para cocinar.
Y sí, el agua puede ser nuestro peor enemigo, pero solo a nosotros nos conviene tenerla mejor por amiga.
Chef Juan Ángel Vásquez - Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales y embajador de marcas de alimentos.