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Mis manos, mi ansiedad y otras catástrofes

En este mundo tan caótico morderse las uñas es la versión artesanal de un grito. Lee la nueva columna de Primavera Fraijo.
Uñas. Archivo
Primavera Fraijo 05-11-2025

Por Primavera Fraijo

Si hay un hábito que odio tener, ese es el de morderme las uñas. 

Mis manos siempre lucen lo menos estéticas que se puedan imaginar. Son la evidencia física de mi ansiedad. De mis eternas prisas. De mis pensamientos enredados. De mis ratos de insomnio y de mi exceso de cafeína. 

Pero lo peor no es eso, sino que... ¡no puedo dejar de hacerlo! Y sí, lo detesto tanto que hasta un poema le escribí. Así de seria es la situación.

Últimamente, la práctica se ha intensificado. No me pregunten por qué. Ni yo misma lo sé. Tal vez por estrés, o por costumbre, o porque en este mundo tan caótico morderse las uñas es la versión artesanal de un grito.

Recordé entonces un libro que leí hace años, y al que volví como quien busca consejo en una amiga que no te juzga: "Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas", de Amalia Andrade. Y sí, admito que la gente siempre piensa en mí por el título (gracias, supongo).

Andrade, escritora e ilustradora colombiana, convierte su propio caos emocional en un manual íntimo sobre salud mental. Pero no desde la solemnidad, sino desde la ternura y el humor. 

Tiene ese tono desparpajado que te hace sentir que estás conversando con alguien que entiende incluso lo que no dices. Su libro es un collage emocional. Dibujos, listas, ejercicios, confesiones y citas que van desde Virginia Woolf hasta memes de gatos.

Lo que más me gusta es que logra hablar de temas densos, como el pánico, la depresión, el duelo y la autoexigencia, con una ligereza que solo puede tener quien ha tocado fondo y aprendió a flotar. 

Nos habla del miedo con humor, de la vulnerabilidad con ternura y del amor propio sin caer en frases de taza de café. 

Hay páginas que duelen y otras que te abrazan. Todo bajo una idea sencilla y poderosa: la salud mental no es una línea recta. No se cura con decretos optimistas, sino con paciencia y autocompasión.

Leerla es como alumbrar tus heridas con una linterna que no juzga. No te ofrece soluciones mágicas, solo compañía. Y eso, cuando uno anda con las manos hechas un desastre y la cabeza en ruinas, ya es un alivio.

Este libro no promete sanar. Pero te recuerda que estar roto no te quita valor. Te hace, más bien, un poco más humano. 

Y en un mundo donde todos fingen estar bien, eso ya es un acto de valentía.

 

 

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