
por Primavera Fraijo
14/05/2025 19:25 / Uniradio Informa Sonora / Columnas / Actualizado al 14/05/2025
Por Primavera Fraijo
Nací en el desierto. Eso significa muchas cosas, pero sobre todo una: el agua no es metáfora, es memoria.
La recuerdo en cubetas, en tinacos, en rezos.
La recuerdo en los regaños por dejar la llave abierta, en las noticias que hablaban de "tandeos" con el tono con que otros hablan de guerras.
Tal vez por eso me dejé atrapar por "Las guerras del agua", de Cameron Stracher.
No porque el libro sea brillante (la verdad, no lo es tanto), sino porque me tocó esa fibra vieja y sedienta que uno carga cuando crece en una ciudad donde el calor no se mide en grados, sino en resistencia.
La premisa es potente: un futuro donde el agua ha sido privatizada, donde unos pocos la controlan y muchos la suplican. Un mundo en el que sobrevivir depende más del poder que del clima. Y ahí, en medio del polvo, unos adolescentes rebeldes que quieren cambiar las cosas.
Hasta ahí todo bien.
Pero luego empiezan las grietas.
El escritor construye un universo inquietante y oportuno, lastimosamente casi profético, en estos tiempos donde ya no se sabe si lo que duele es el presente o el pronóstico del clima.
La trama corre con ritmo, como esas lluvias que duran poco, pero te dejan empapado.
Hay acción, hay conflicto, hay desierto. Literal y emocional.
Y, sin embargo... Me faltó sed. No de agua, de personajes.
Porque sí, el protagonista es valiente, impulsivo, especial (¿cuándo no?), pero se queda en la superficie. No duele. No cala.
Y la chica, la compañera de aventura, es funcional, sí, pero casi irreal en su temple. Como si el caos no le rozara los bordes. ¿Y mi "drama queen" de la historia?
Los villanos, por su parte, parecen sacados de una caricatura de los noventa: malos por decreto. Sin dudas, sin historia, sin psicología.
¡Me fastidia! Porque el libro tenía con qué.
La idea merecía personajes que se quebraran. Que temieran. Que mintieran. Que supieran lo que es mirar una llave seca y seguir creyendo en milagros.
Pero no. El autor prefirió quedarse en lo seguro. En el molde. Y ahí, en ese terreno árido, se le evaporó la posibilidad de algo grande.
No es un mal libro. Eso para nada. Es uno bueno a secas.
Se deja leer con ligereza. Se disfruta. Pero no se queda. No duele. Y yo, ya lo saben, prefiero los libros que duelen.
Así que si buscas una distopía ecológica ligera, que te entretenga sin exigirte mucho... adelante, ¡este pozo tiene agua!
Pero si buscas profundidad, si quieres personajes que vivan en ti después de la última página... Mejor sigue buscando.
A veces, hay sed que ningún libro calma. Yo seguiré buscando mi "vaso de agua" en otras páginas.
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